Estando yo un día pasando consulta en Sevilla, acababa de despedir a un paciente canino que había venido por un problema de oídos. Bajé a la recepción para recoger la hoja de entrada de mi siguiente paciente y ví que se trataba de Curro. Curro era un precioso periquito de cinco años al que cada dos meses traía su dueña a la consulta para que le retocara el pico, pues le crecía desmesuradamente y le dificultaba la ingestión del alimento.
Llamé a su dueña, Macarena, una chica agradable y dicharachera, y subimos a la sala de consulta. Como siempre que Curro venía a retocarse el pico, procedí a cogerlo de la jaula, cosa que hice sin ningún problema, ya que hay pajaritos que se tiran hacia los dedos como si fueran gorditos gusanos de los que alimentarse, y me disponía a cortarle el pico cuando se desencadenó la tragedia: Curro empezó a tener como unos espasmos, echó una bocanada de sangre por su crecido pico y se quedó inerte en mi mano. Yo, atónito, miré con ojos incrédulos a Macarena, quien a su vez no dejaba de mirar el pequeño charco de sangre que había en la mesa.
-Macarena, esto, no sé qué ha pasado pero Curro se ha muerto- le dije a su dueña con la voz entrecortada por la desagradable sorpresa-. Tú sabes que yo nunca lo aprieto al cogerlo. Ha pasado esto y no te puedo dar una explicación de lo que ha ocurrido, pero Curro se ha muerto.
-Ya sé que tú nunca le harías daño a Curro- me decía Macarena con lágrimas en los ojos-. No te preocupes, Manuel, ha sido un accidente y Curro ya está en el cielo de los animales.
Una vez que me tranquilicé un poco dejé a Curro en la mesa de exploración, acompañé a su apenada dueña a la calle y, tras despedirnos con un triste «hasta la próxima», volví a subir a la consulta. Cogía a Curro en mis manos pensando en lo frágiles que son estos animalillos. Los pajaritos son animales muy sensibles y se estresan con mucha facilidad. La muerte de Curro se debió a un problema debido al estrés de cogerlo y por eso es muy habitual el avisar a los propietarios del riesgo de coger a estos animalitos y sacarlos de su jaula. Gracias a Dios Macarena ya lo sabía y no hubo ningún problema, pero esto me hizo recordar lo que le ocurrió a mi querido compañero y profesor, Alejandro. Su caso fue bastante parecido pero con un desenlace completamente distinto.
Estaba yo un día de vacaciones de semana santa en la clínica de Alejandro cuando apareció doña Rosalía, que venía con Chillón, su periquito, a cortarle las uñas pues parecían más de un ave de presa que de un pájaro de jaula. Pasó doña Rosalía a la consulta y se puso a contarle a Alejandro lo maravilloso que era Chillón y la compañía que le daba. Doña Rosalía era ya bastante mayor y estaba viuda por lo que la compañía de Chillón era lo más importante que tenía para ir pasando sus solitarios días ocupada en algo.
Tenía Alejandro a Chillón en sus manos cuando de pronto ví que sus ojos se quedaban fijos en el pajarito, miró a doña Rosalía y me miró a mí. Noté que su cara se ponía un tanto blanca y que la mandíbula le temblaba un poco.
-Manuel, acompaña a doña Rosalía a la sala de espera, que he notado que Chillón está un tanto débil y voy a ir a comprarle unas vitaminas- me dijo Alejandro indicándome con la mirada que no se me ocurriera hacer ninguna pregunta-.
Acompañé a una sorprendida doña Rosalía a la sala de espera y me quedé hablando con ella mientras esperábamos el regreso de Alejandro con Chillón y las vitaminas. Cuando llegó no volvimos a pasar a la consulta sino que directamente le explicó a doña Rosalía cómo darle las vitaminas a Chillón y nos despedimos hasta la siguiente visita.
-¿Dónde has ido con el pájaro?- le pregunté a Alejandro nada más salir doña Rosalía-. Podrías habérmelo dejado aquí y así te evitabas el salir con él a la farmacia- le comenté aún sorprendido por su actuación-.
-Manuel, ¿es que no lo has visto?, que Chillón se ha quedado pajarito, que se me ha muerto en las manos, ¿de verdad que no lo habéis notado?- me contaba un jadeante Alejandro que aún no se había recuperado de la carrera que se había dado-.
-¿Que se ha muerto Chillón?- le espeté incrédulo a Alejandro-. ¿Y qué es lo que has hecho?, ¿para qué has salido?- le demandé sin salir de mi asombro-.
-A qué va a ser, Manuel, a comprarle otro pájaro a doña Rosalía. Ya sabes cómo está con su pajarito y la vida que le da el condenado animalillo. ¿Cómo le iba a decir que se ha muerto?
Pasaron los días y regresé a mis clases en la facultad de Córdoba. Tras un par de meses entre clases y exámenes pude volver a Granada y me pasé por la clínica a visitar a Alejandro. Mientras le comentaba cómo me iba apareció por consulta doña Rosalía y al recordar la pasada experiencia noté que mi cara adquiría una tonalidad granate incompatible con la vida. Como ella no nos miró mal a ninguno de los dos poco a poco empecé a recuperarme y ya estaba casi normal cuando pasamos a la sala de consulta.
-¿Qué hay, doña Rosalía?, ¿venimos a recortarle las uñitas a Chillón?- le preguntó Alejandro mientras me miraba de reojo-.
– Pues eso es lo que le tocaría, don Alejandro- dijo ella con una gran sonrisa de felicidad en la cara-, pero desde que le mandó las vitaminas no le han vuelto a crecer tanto las uñas y no creo que haga falta recortarlas. Además, parece que también le ha cambiado algo el carácter y no me hace caso cuando lo llamo, el muy sinvergüenza. Eso debe ser que se encuentra muy bien y ahora no me necesita tanto, ¿verdad que sí, don Alejandro?
Alejandro y yo nos miramos sin apenas poder aguantar la risa pero, tras unos momentos de tensión, pudimos lograrlo y ya muy serio Alejandro le contestó:- Por supuesto doña Rosalía, se notaba que Chillón estaba muy faltito de vitaminas y pudimos pillarlo a tiempo. Creo que ahora le quedan muchísimos años por delante para poder hacerle compañía.
Recordando este caso reflexionaba sobre los desenlaces tan distintos a las muertes de Curro y Chillón. Los dos se murieron sin poder hacer nada por evitarlo pero al menos la señora Rosalía, quien también nos abandonó hace ya algunos años, siguió disfrutando de la compañía de Chillón, un tanto cambiado, pero que le siguió dando un motivo para seguir adelante durante unos cuantos años más.
Manuel Olivares, veterinario de la Clínica OLIVARES y tuveterinario.info/tuveterinario