Una vida de perros (IX). Hablando se entiende la gente…o debería. Cada día es más estresante la práctica de la medicina veterinaria. Con más frecuencia la gente compara nuestra práctica con la de medicina humana y esto lleva a vivir situaciones bastante tensas.
La causa no es que los propietarios de animales sean malas personas y quieran amargarnos la vida a los que nos dedicamos a esto sino que, debido al inmenso cariño que profesan a sus mascotas, quieren lo mejor para ellas en ese mismo momento y sin aceptar que algo pueda no tener solución.
Dándole vueltas a este tema, debido a un problema que me comentó un compañero, me vienen a la cabeza recuerdos de alguna de esas situaciones difíciles causadas porque no ha habido un buen diálogo entre veterinario y propietario y, quizá, porque no hemos sabido explicarnos de forma que el propietario entendiera bien lo que queríamos decirle.
Hace tiempo, bastante, estaba pasando consulta en la clínica de Sevilla, donde dí mis primeros pasos en este difícil pero siempre atractivo y enriquecedor mundo de la salud animal, cuando me avisaron desde la recepción de que acababa de llegar un perrito en muy mal estado. Dejé lo que estaba haciendo en ese momento y baje rápidamente por las escaleras e hice pasar al propietario del animalito que, efectivamente, tenía muy mal aspecto.
El propietario del perrito, un cachorrito de caniche de unos tres meses de edad llamado Toby, se mostraba bastante nervioso y costó trabajo poder empezar a explorar a Toby.
– Mire, el perro está muy mal, póngale algo para que se cure y ya está- dijo nada más entrar en la sala de consulta Rafael, el nervioso propietario.
-Perdone, vamos a ir por partes y lo primero que necesito saber es qué le ocurre a Toby-le comenté intentando centrar el problema.
-¿Es que no lo ve? Pues que está muy mal- contestó con voz enojada su dueño.
Intenté tranquilizarme inspirando profundamente antes de volver a preguntar.
-Sí, ya veo que está mal, pero me hace falta saber qué le ocurre y desde cuándo está así.
-Pues que lleva vomitando tres días y caga sangre. No quiere comer ni beber nada desde ayer y ya ni siquiera se mueve. Póngale algo para que se cure y ya está.
Qué fácil le resultaba a D. Rafael decir eso de ponerle algo para curarlo. Cuando ví el estado del perro y su dueño me contó los síntomas, todo quedó claro en mi cabeza. Perro cachorrito de raza pequeña, sin vacunar, con vómitos y diarrea hemorrágica era en esos días candidato con un cien por cien de posibilidades de tener parvovirosis ( o la enfermedad, como la conocían antes muchas personas). Hoy en día la parvovirosis es una enfermedad poco frecuente debido al uso sistemático de la vacunación y además tenemos más medios y conocimientos para luchar frente a ella pero hace veinte años aún causaba muchos estragos y tenía un porcentaje de mortalidad muy alto.
-D. Rafael, le tengo que hacer una analítica a Toby para ver si lo que tiene es una enfermedad llamada parvovirosis o es otra cosa. Además hay que hospitalizarlo para ponerle suero intravenoso y medicarlo para intentar sacarlo adelante- le dije intentando explicarme lo mejor que podía.
-No- dijo rotundamente D. Rafael-. Usted le pone unas inyecciones y yo me lo llevo a casa y lo cuido allí.
-Pero es mejor saber lo que tiene y poner el tratamiento adecuado- insistía yo intentando que se diera cuenta de lo grave del caso y la necesidad de instaurar el tratamiento que yo decía.
Rafael no quiso dar su brazo a torcer y, por más que lo intenté, acabó saliéndose con la suya. Toby se fue a casa con su medicación inyectada y con un aspecto que no auguraba nada bueno.
Acabé de pasar las consultas que tenía para esa mañana y cuando terminé me cambié y me fui al gimnasio a descargar adrenalina antes de comer y regresé a la clínica para empezar con las consultas de la tarde. No había pasado media hora cuando me reclamaron de recepción con urgencia. Acabé la consulta que estaba realizando y me dirigí a la recepción. Encarnita, la encargada de recepción, me dijo que había vuelto D. Rafael y que venía echando sapos y culebras por su boca.
-¿Pero qué es lo que ocurre?- le pregunté extrañado ante el comportamiento de D.Rafael.
-Que ha pedido el Libro de Reclamaciones. Dice que le has puesto al perro «la inyección de la muerte» porque no lo ha querido dejar aquí ingresado- me contestó una también sorprendida Encarnita.
Desde la recepción se escuchaban las voces del alterado dueño de Toby exigiendo hablar con el veterinario que «le había matado al perro». Para evitar la incomodidad de la situación a los propietarios que esperaban en la sala de espera pasaron al agitado D. Rafael a una sala de consulta y un compañero, Jaime, intentó tranquilizarlo. Cuando parecía más calmado me presenté en la sala de consulta.
-¡Este es!- gritó señalándome con su dedo acusador-. Le ha puesto a mi Toby «la inyección de la muerte» y ha sido llegar a casa y quedarse tieso. Firme ahora mismo esta hoja o te vas a enterar- decía ya en un tono bastante amenazador.
Jaime consiguió sacar fuera de la sala de consulta al iracundo personaje, a quien no dejé de oir mientras me dedicaba a leer la hoja de reclamaciones que tenía que firmar. La hoja estaba escrita en un lenguaje casi incomprensible. Tenía faltas de ortografía en muchas palabras y la escritura era casi un garabato contínuo. Ahí comprendí parte del problema que tuve con D. Rafael; era un hombre de unos treinta y pico años, con poca instrucción, a juzgar por el escrito y cuyo aliento destilaba un olor a alcohol que se apreciaba a distancia, sobre todo cuando gritaba.
Cuando le entregaron su copia y le acompañaron a la calle todos pudimos respirar tranquilos aunque aún se podía escuchar por la ventana el grito de D. Rafael: ¡» Le ha puesto la inyección de la muerte»!
Una vez tranquilo ya pude reflexionar y llegué a la conclusión de que había habido un problema de comprensión. Estaba convencido de que me había explicado con claridad pero D. Rafael no había entendido la gravedad del estado de Toby. Seguro que habrá veces en la que no nos explicamos con la suficiente claridad y es por eso por lo que cuando hablo con los propietarios de los animales que vienen a mi consulta intento no utilizar términos técnicos, que muchas veces dificultan la comprensión. En el caso de Toby acabó tal y como he contado, pero en otros casos las cosas van más lejos tal y como contaré más adelante.
Aprovechamos para recordaros que en la Clínica Veterinaria OLIVARES (Granada) ponemos a vuestra disposición nuestro Servicio de Urgencias 24 horas, así como el teléfono de consulta que aparece en nuestra página (tuveterinario.info), también operativo las 24 horas para que podáis solucionar todas las dudas que os surjan sobre este o cualquier otro tema relacionado con la salud y cuidados de vuestros animales.
Manuel Olivares Martín, veterinario de la Clínica Veterinaria OLIVARES (Granada) y de tuveterinario.info