Una vida de perros (I). Cuando aumenta la familia.
Una vida de perros (I). Cuando aumenta la familia. Si hay algo verdaderamente gratificante en esta profesión, es todo lo relacionado con la llegada de un nuevo ser al mundo. Siempre me ha llamado la atención todo lo relativo a la neonatología y más ahora que he tenido mis dos hijas, que son, junto a mi mujer, lo que más me llena en estos momentos.
En este campo de la práctica veterinaria he tenido muy buenos momentos y otros que no lo han sido tanto. Ahora me pongo a pensar y enseguida recuerdo aquella noche, al poco de haberme casado, en la que, sobre las dos de la mañana me desperté sobresaltado al oir el inconfundible sonido de mi teléfono de urgencias. Se trataba de un buen cliente, ahora amigo, que me llamaba angustiado pues Layka, que así se llamaba su perrita, parecía que se había puesto de parto.
– Manuel, perdona que te llame a estas hora intespectivas pero Layka se está comportando de una forma muy rara y además se ha puesto a manchar por sus partes. Está llorando y como no deja de dar vueltas la tengo encima mía, aquí en la cama- me comentaba Antonio con voz entrecortada por la preocupación.
-¿Quién es?-me preguntó por el otro oído mi mujer, con voz soñolienta.
-Shiss. Es un cliente que tiene una perrita de parto. Anda y duérmete que seguro que no es nada- le dije mientras tapaba el auricular del móvil.
Mi mujer es bastante curiosa y eso de dormir en semejante trance quedó descartado al momento. Si había que atender un parto ella quería estar ahí como si de una auxiliar veterinaria se tratase.
-Manuel, parece que a Layka le asoma algo por detrás. ¿Qué hago ahora?-me preguntaba Antonio con una voz ya claramente temblorosa y que denotaba el estado de nervios en el que se encontraba el futuro «abuelo» de la criatura.
-¿Dónde está ahora Layka?-le pregunté creyendo que ya la habría puesto en su cuna o en alguna mantita preparada para tal evento.
-Dónde va a estar, pues en mis brazos, igual que hace un minuto. Si es que es tan pequeña que no quiero dejarla en ningún sitio.
En estos momentos uno se da cuenta de lo mucho que se llega a querer a nuestras mascotas y de cómo las humanizamos, pues en este caso Antonio ya se estaba comportando como un auténtico abuelo en espera de la llegada de su primer nieto.
-¡Manuel! ¡Manuel! que ya llega-me gritó al oído Antonio sacándome de mi ensimismamiento y avisando con ello del nacimiento del primer cachorro de Layka.
Mientras tanto mi mujer utilizaba mi oído libre para atosigarme a preguntas, que se sucedían como ráfagas de metralleta. Que cuántos son, que si están todos bien, que cómo se van a llamar, que si son bonitos……….
-Antonio-le dije al feliz abuelo- si Layka se ocupa ella sóla de sus cachorros tu labor como matrona ya ha terminado, pero si no lo hace te espera una ardua tarea.
-Manuel, que la perra se está comiendo todo lo que ha salido con el cachorro. Creo que es una madre caníbal y que se lo comerá también- me decía con una voz en la que se notaba que poco le faltaba para echarse a llorar-. ¿Qué puedo hacer?
-¡Que se lo quite inmediatamente a esa mala madre!- se le escapó a mi mujer, que no perdía detalle de la evolución del caso.
-¡Calmáos los dos! Entre uno y otro me estáis volviendo loco y no me puedo concentrar- tuve que regañarles pues así no había forma de controlar la situación-. No pasa nada. La madre se encarga de cortar el cordón umbilical a los cachorros, limpiarlos y además se come la placenta, algo que hace de forma instintiva- les conté ya un poco más relajado.
Pasada una hora y media más ya pude despedirme del feliz y primerizo abuelo Antonio y de sus tres nietos los cuales, muy agradecidos, me ladraban como sólo lo saben hacer los cachorritos recién nacidos y enseguida, según me comentaba Antonio, eligió cada uno un pezón al que agarrarse como auténticas lapas en busca de su primera toma de leche.
– Cariño-le dije a mi mujer-, ya puedes dormir tranquila, que todo ha ido a la perfección y hay tres perritos dispuestos a darme guerra durante una buena temporada.
Con los ojos enrojecidos, no sé si de sueño o de la emoción, ella me dio un beso de buenas noches y se quedó dormida apenas puso la cabeza en la almohada. Se le veía una sonrisa de oreja a oreja que me hizo pensar en las ganas que ella tenía de ser también madre. Así, con estos pensamientos, yo también me quedé dormido intentando aprovechar unas escasas tres horas de sueño que me quedaban antes de empezar un nuevo día de apasionante trabajo en la clínica.
Como siempre, quiero aprovechar para recordaros que en la Clínica Veterinaria OLIVARES (Granada) ponemos a vuestra disposición nuestro Servicio de Urgencias 24 horas, así como el teléfono de consulta que aparece en nuestra página (tuveterinario.info), también operativo las 24 horas y donde podemos solucionar vuestras dudas sobre este o cualquier otro tema relacionado con la salud y cuidados de vuestros animales.
Manuel Olivares Martín, veterinario de la Clínica Veterinaria OLIVARES (Granada) y de tuveterinario.info