Una vida de perros (XIII)… Y más bultos. Pero es que hay quien confunde algo con un bulto y bultos con un algo.
Aún no había terminado de escribir acerca de los bultos de las orejas de Koki cuando me vino a la cabeza la visita, un poco más reciente en el tiempo, de Dña. Esperanza, que venía a la consulta muy preocupada pues a Simba, su pequeño bulldog francés, le había salido un bulto que le dolía mucho.
Ya llevaba un par de horas en la clínica y acababa de quedarme libre cuando sonó el avisador de la puerta indicándome que alguien acababa de entrar. Enseguida reconocí de quien se trataba pues esa voz dulce y cariñosa no podía pertenecer nada más que a Dña. Esperanza.
-No te preocupes, mi chiquitín, que Manuel te va a poner bueno y te va a quitar eso tan feo que te ha salido y también te va a quitar el dolor- le susurraba a su querido Simba.
Nada más oirla salí de la consulta y me acerqué a tan simpática pareja. Hay que decir que Dña esperanza era todo lo contrario de Simba pues ella era menuda, de unos sesenta y cinco años, muy delgada y todo en ella era suave: sus gestos, su voz, sus movimientos… Todo lo contrario era Simba, un perro pequeño pero muy robusto, nervioso, que parecía multiplicarse por dos sobre todo a la hora de explorarlo y, ruidoso, muy ruidoso pues, entre el estridor típico de esas razas y el jadeo debido a su nerviosismo, parecía que se trataba de una locomotora más que de un perro.
-Muy buenos días Dña. Esperanza. ¿Qué le trae por aquí? ¿Hoy viene con uno o con dos perros?- bromeé yo al ver al nervioso Simba ir de un sitio para otro poniendo en peligro la integridad del mobiliario de la sala de espera.
-Buenos días Manuel. No me haga bromas hoy, que vengo muy preocupada por Simba- me contestó al saludo con voz afligida.
Una vez que conseguimos que Simba entrara en la sala de consulta lo subí a la mesa de exploración y le pregunté a su dueña el motivo de la consulta.
-Estoy preocupadísima pues hace poco le he notado a Simba un bulto al lado …, bueno, ahí, en esa parte…-intentaba explicarme la buena señora.
Como tantas veces ocurre en la consulta, cuando nos dicen que un animal tiene algo ahí, directamente pasamos a explorar la zona anogenital y prepucial pues muchas personas aún sienten reparo al tener que nombrarlas. Empecé a mirar y no veía nada extraño. Dña. Esperanza, viendo que yo no decía nada, empezó a impacientarse.
-Ahí, Manuel, ¿es que no ve el bulto que le ha salido?- me dijo haciendo gestos con la cabeza
-Pues no Dña. Esperanza, que yo no veo nada raro- le contesté extrañado ante su insistencia.
Dña. Esperanza, viendo que yo no daba con lo que quería enseñarme, acercó su dedo hacia la zona inguinal derecha y, poniéndose de un color parecido a la grana, dió dos suaves toquecitos en esa zona, efectivamente, sobre un pequeño abultamiento.
-Es esto Manuel. ¿Es que no lo ve? ¡Pero si es enorme!-me gritó casi indignada-. Además, cuando lo aprieto, Simba se queja mucho.
Ahora fui yo quien se sonrojó pues en ese momento entendí la naturaleza del «problema» de Simba, el origen del bulto y el motivo por el que le dolía y, aguantando la risa intenté explicarle a Dña. Esperanza el problema que tenía su adorado can.
-Dña. Esperanza, ¿se acuerda cuando vino con Simba de pequeñito y le dije que su perro tenía el defecto de que tenía sólo un testículo en su posición natural, en el saco escrotal, mientras que el otro se encontraba a medio camino, en el canal inguinal?-empecé a explicarle.
-Sí, claro que me acuerdo. Me dijo que era cris…, crin…-se atrancaba intentando encontar la maldita palabra.
-Criptorquidia-pronuncié yo para evitarle pasar el mal rato intentando recordar una palabra que, de primeras, no suele ser fácil de pronunciar. -Lo que pasa es que cuando Simba era pequeño el tamaño del testículo no se apreciaba a simple vista pero ya se ha desarrollado y es por eso que ahora se ve a simple vista- iba explicando a una Dña Esperanza que parecía no saber donde meterse. – Con respecto al dolor, pues eso, que es normal que le duela si le aprieta usted el testículo-seguí explicando mientras que el color de la cara de Dña. Esperanza se tornaba cada vez más marcado.
Tras explicarle el problema a la avergonzada Dña. Esperanza continué comentando que habría que pensar en operar a Simba para quitarle los testículos y así evitar que pudieran presentarse problemas con el paso del tiempo. Por supuesto que su dueña puso el grito en el cielo al escuchar semejante barbaridad pero no tardó en entrar en razón cuando le expliqué que un testículo en una situación anómala era más propenso a sufrir procesos tumorales y que siempre se aconsejaba esa cirugía para prevenirlos.
Acabada la consulta y con una cita para operar a Simba al cabo de un par de semana, Dña. Esperanza, mucho más tranquila de lo que estaba al llegar, se despidió y salió por la puerta acompañada de un exultante Simba que,cómo no, parecía que eran dos perros en lugar de uno. Siempre que los veo salir así temo por la integridad física de Dña Esperanza pues más de una ha estado a punto de caer al enredarse con la correa de Simba.
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Manuel Olivares Martín, veterinario de la Clínica Veterinaria OLIVARES (Granada) y de tuveterinario.info