Una vida de perros (III). El tamaño no importa.
Una vida de perros (III). El tamaño no importa.Cuando salió la Ley de animales potencialmente peligrosos se estigmatizó a una serie de razas de perros, sobre todo los conocidos como perros de presa.
A raiz de unos ataques de perros, con gravísimas consecuencias para las personas atacadas, se inició una caza de brujas que originó el abandono e incluso el sacrificio de muchos perros que SÓLO eran culpables de tener unas determinadas características que los hacían culpables ante la Ley.
Yo siempre he considerado peligroso al perro que muerde por algún problema de agresividad, no al que, si muerde, puede ocasionar graves lesiones. Con esto quiero decir que la gente debe concienciarse de que un perro, por ser por ejemplo de raza Rottweiler, no es el mismo demonio con cuatro patas sino un perfecto compañero, salvo que tenga algún problema de comportamiento y muestre carácter agresivo.
En mi experiencia en la clínica me he encontrado con perros de muy diverso carácter. Unos se comportan como si estuviesen con su mejor amigo, otros tienen un pánico que los deja paralizados y otros que opinan que la mejor defensa es un buen ataque, y estos sí que son peligrosos, al menos para la integridad del veterinario.
Al contar esto me acuerdo de cuando empecé a trabajar en una clínica de Sevilla, allá por los años noventa. En la clínica estábamos varios compañeros y auxiliares y, para saber qué pacientes teníamos que ver cada uno, la recepcionista nos dejaba unas hojas de entrada, con los pacientes, cada uno en nuestro casillero. La clínica tenía cuatro salas de consulta, dos en el bajo y dos en el piso superior, en una de las cuales pasaba yo consulta. Ese día, uno de los compañeros estaba en quirófano y por eso yo pasaba consulta en una de las salas del piso bajo, al lado de la recepción. Acababa de despedirme de un cliente y, cuando entré en la recepción y cogí la siguiente hoja de entrada que me correspondía, noté que me flojeaban las piernas y que un sudor frío me surcaba la espalda.
-Dios mío, ¿ha venido con Flopy?- le pregunté con voz ahogada a Encarnita, la auxiliar que estaba en la recepción-. La última vez que estuvo aquí no pude hacerle casi nada.- Este paciente que hacía que mi cuerpo se descompusiera era Flopy, un chihuahua de un kilo y medio de peso, con un genio de mil demonios y una dueña superprotectora, la señora Fonseca, que se desvivía por su perrito.
-Sí, es Flopy, que viene a vacunarse. La señora Fonseca ha pedido cita para tí, así que respira hondo y adelante- me dijo Encarnita con una maliciosa sonrisa en la boca.
Respiré hondo, me encomendé a todos los dioses, apreté los puños y le dije a Encarnita que los hiciera pasar a mi sala de consulta. Tras los saludos de rigor a la señora Fonseca y ya con Flopy en la mesa de exploración, me disponía a revisarlo para ver que estuviese todo en orden para poderlo vacunar. Cada vez que me acercaba un poco a la mesa se ponía en marcha un ruido como de trituradora pero que se escuchara lejano. Tal ruido desaparecía cuando me separaba de la mesa. Flopy vigilaba todos mis movimientos y era como si tuviese un sistema de detección que hacía que el ruido de trituradora se disparase cuando me acercaba a un metro de él.
-Mire, señora Fonseca, la última vez casi no pude hacer nada con Flopy y creo que lo mejor será que le pongamos un bozal.-le dije mientras pensaba que en que el bozal más chico que tenía a mi disposición cabía toda la cabeza de Flopy y que iba a tener que ponerle un lazo en su pequeño pero peligroso hocico.
-Cójalo desde la parte de atrás de su cabeza y yo le pongo un lacito en la boca para que no nos muerda, ¿vale?- le dije a la señora Fonseca buscando un poco de colaboración-. Esto no le dolerá nada y podrá respirar sin ningún problema. No se preocupe en absoluto.
Ella me miraba con cara de no estar muy convencida de lo que yo le decía pero no puso pegas. Cuando yo acercaba el lazo al hocico de Flopy, ese gruñido sordo que se oía cuando me acercaba se transformó en un ruido de grapadora. El pequeño hocico de Flopy se abría y cerraba a una velocidad increíble y no había forma de ponerle el lazo. La señora Fonseca se iba poniendo cada vez más nerviosa y, la verdad, a mí me pasaba lo mismo pues era una situación difícil.
-Déjelo, Manuel, yo lo cojo mirando para la pared usted lo vacuna.-dijo con voz firme y decidida.
Cuando empecé a trabajar en Sevilla me enseñaron un protocolo que se debía cumplir para las consultas y vacunaciones, y éste incluía la toma de una muestra de excrementos del animal, la cual se obtenía introduciendo un bastoncillo de los oídos en el ano del perro para luego, tras hacer una preparación, verlo a través del microscopio buscando huevos de parásitos internos. Yo quería cumplir con el protocolo y estaba decidido a obtener la muestra de Flopy, pero él no estaba por la labor y se oponía a ello con todo lo que su pequeño cuerpo daba de sí. En esta lid nos encontrábamos cuando se produjo el primer acontecimiento trágico de la visita y fue que Flopy se equivocó de mano y mordió la de su dueña. La boca de Flopy era casi de juguete por su tamaño, pero sus finos dientes y la fuerza de la mordedura le produjo a la señora Fonseca un par de profundos y sangrantes agujeritos en un dedo, los cuales procedí a limpiar con agua oxigenada y una gasa.
-Lo siento muchísimo-dije con preocupación viendo que la cara de la señora Fonseca tomaba aspecto enfadado y que parecía que no iba dirigido a Flopy, que le acababa de morder, sino a mi persona-, voy a llamar a un auxiliar para que nos eche una manita con Flopy y podamos acabar cuanto antes de vacunarlo.
Me dirigí a la recepción y llamé a un auxiliar. Sólo estaba libre Juan, que llevaba con nosotros poco tiempo y aún estaba en periodo de prácticas. Yo no le dí importancia a tal hecho y me lo llevé conmigo a la consulta para que me ayudara con Flopy. Una vez dentro le dije que cogiera a Flopy desde la parte de atrás de la cabeza para evitar que pudiera girarse y volver a morder. Juan lo hizo tal y como le indiqué y, como era de esperar, Flopy forcejeó todo lo que pudo y más. Al final conseguí tomar la muestra y Juan soltó a Flopy y salió de la consulta. Cuando la estaba mirando por el microscopio, escuché la puerta de la sala cerrarse. Al darme la vuelta me encontré sólo en la consulta pues la señora Fonseca y Flopy habían desaparecido. Cuando salí de mi asombro fui a la recepción para ver qué ocurria y pude ver, a través de la puerta de cristal, cómo la señora Fonseca cruzaba la calle alejándose de la clínica.
-¿Qué ha pasado ahí dentro?-me preguntó extrañada Encarnita-, la señora Fonseca ha salido sin decir ni adiós.
-Pues que yo sepa sólo ha pasado que Flopy le ha mordido mientras intentaba explorarlo-le contesté desconcertado.
Como tenía más pacientes esperando pasé al siguiente a la sala y lo estaba revisando, con toda la tranquilidad del mundo, cuando se empezó a escuchar un alboroto en la recepción. Ya me dirigía hacia allí para ver qué ocurría cuando entró Encarnita en la sala y me dijo que me quedara ahí. Acabé con la visita que estaba realizando y Encarnita los acompañó fuera dejándome allí sólo y completamente intrigado. Al minuto entró otra vez Encarnita en la sala y me pidió que le diera mi número de colegiado.
-¿Pero se puede saber qué es lo que ocurre?- le pregunté un tanto irritado-. Me parece que estoy escuchando ahí fuera a la señora Fonseca.
-Sí, es ella-dijo Encarnita con cara preocupada-. Ha venido porque Flopy tiene unos derrames en los ojos, que dice que se los has provocado tú y que quiere poner una denuncia.
-Espera, que voy a ver qué quiere- dije haciendo ademán de salir.
-Ni se te ocurra hacerlo; te puede comer-me dijo firme Encarnita. Ya ha visto a Flopy el doctor Guillén y no tiene nada serio. Le ha puesto tratamiento y no hay mayor problema.
A través de la puerta yo escuchaba a la señora Fonseca quejándose al gerente de la clínica exigiendo mi cabeza a cualquier precio.
– Pero es que mire lo que le ha hecho a Flopy en los ojos. Y encima, me ha mordido. Quiero que me de sus datos y su número de colegiado para denunciarlo. Y encima, me ha mordido.-decía al gerente la indignada señora Fonseca-.
A la segunda vez que la escuché decir que la había mordido no pude contenerme más y salí de la sala.
-Señora Fonseca, lamento mucho todo lo que le ha pasado a Flopy. Puede usted pedir mis datos y número de colegiado pero sí quiero que conste que ¡Yo no la he mordido!, que ha sido su perro Flopy- le dije alzando la voz para que quedase bien claro el asunto de la mordedura-.
Encarnita me volvió a acompañar a la sala y al poco la señora Fonseca volvía a abandonar la clínica, ya más tranquila y con Flopy mejor de sus ojos. Fui en busca de mi compañero, Jaime Guillén, y le pregunté cómo había conseguido ponerle el bozal a Flopy. Él, extrañado, me dijo que no le había hecho falta, que Flopy era un perro muy bueno y no le había hecho falta bozal para explorarlo.
Así son las cosas en esta profesión. No es la primera vez que me ocurre esto. Hay perros que se ponen muy agresivos con una persona y completamente dóciles con otras. ¿Cuál es el motivo de esto? Lo desconozco completamente pues no he encontrado motivo de tales tipos de comportamiento. Lo que sí tengo muy claro es que ya no fuerzo las situaciones para evitar que ocurra lo que le pasó a Flopy. El problema del derrame de los ojos de Flopy se debió al forcejeo y al estrés que pasó cuando intentaba tomarle la muestra de heces por lo que si algún animal se pone muy nervioso o agresivo para explorarlo les comento a los dueños que lo mejor es tranquilizarlos un poco para que el animal no sufra, ni ellos tampoco.
En relación a lo que contaba al principio acerca de los animales potencialmente peligrosos, en esta ocasión un chihuahua de kilo y medio a mí me lo parecía mucho más que un Rottweiler de cincuenta. Ya no volví a ver a Flopy ni a su protectora dueña, pero imagino que los seguiría atendiendo otro compañero con quien Flopy se llevara mejor que conmigo y que, por supuesto, no se dedicase a morder a la señora Fonseca.
La peligrosidad de los perros potencialmente peligrosos no se debe a su carácter sino a la gravedad de las lesiones que pueden originar si muerden. La mayoría de los ataques de perros están producidos por perros que nada tienen que ver con esas razas pero que no causan lesiones tan graves como para que salten a los medios de comunicación. A los perros, como a cualquier otro animal, hay que tenerles respeto pero no miedo. La peligrosidad de un perro viene, en muchas ocasiones, debido a que ha recibido una educación llamémosle equivocada por parte de su dueño. Un perro bien educado, sea de la raza que sea, siempre será un compañero ideal y el amigo más fiel que podemos tener.
Aprovechamos para recordaros que en la Clínica Veterinaria OLIVARES (Granada) ponemos a vuestra disposición nuestro Servicio de Urgencias 24 horas, así como el teléfono de consulta que aparece en nuestra página (tuveterinario.info), también operativo las 24 horas para que podáis solucionar todas las dudas que os surjan sobre este o cualquier otro tema relacionado con la salud y cuidados de vuestros animales.
Manuel Olivares Martín, veterinario de la Clínica Veterinaria OLIVARES (Granada) y de tuveterinario.info
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