Una vida de perros (XIV). La importancia de tener buena visión.
Una vida de perros (XIV). La importancia de tener buena visión. Hay actividades en las que, además de ser muy importante tener una buena visión y los elementos para tenerla, tanto gafas como lentillas, pueden suponer un problema.
Cómo envidiaba a los que veían perfectamente sin ayuda de elementos tales como las gafas o las lentillas. En aquella época, mediados de los noventa, yo aún llevaba gafas y suponían un engorro a la hora de realizar cualquier actividad deportiva, lo que suponía que cuando jugaba al fútbol tuviera que intuir por donde iba el balón y, cuando las camisetas no eran iguales para todo el equipo, siempre había algún contrario que me agradecía un maravilloso pase de gol.
Trabajando ya en la clínica las gafas empezaron a ser un engorro a la hora de operar pues entre el calor de los focos y la tensión de una cirugía debía secarme el sudor con frecuencia para evitar que me entrara en los ojos y, cuando lo hacía, debía parar la cirugía para quitarme las gafas y refrescar mis lacrimosos ojos.
El tiempo fue pasando y, aunque al principio era reticente al uso de lentillas por eso de tener que casi meterse uno el dedo en el ojo a la hora de ponerlas y quitarlas, al final me convencieron de que eran mucho más cómodas que las gafas y que, además, evitaría parar las cirugías de vez en cuando si me entraba sudor en los ojos.
Contento estaba yo con mis lentillas que, además de librarme del tormento de las gafas, hacían que me viese más resultón. Debo reconocer que cuando veo fotos de esos tiempos aún me asusto del tamaño de las gafas, tamaño que no tenía que envidiar al de las que llevaban las azafatas del «Un, dos, tres». Como decía, me encontraba muy feliz con mis lentillas nuevas creyendo haber dejado atrás todos los inconvenientes de las gafas. ¡Craso error!
Sólo llevaba tres o cuatro días con mis lentillas nuevas cuando tuve que intervenir a una perra para realizarle una esterilización. Todo se iba desarrollando con normalidad hasta que llegó el momento de tener que extirpar uno de los ovarios. La perra era bastante gorda y el ovario estaba completamente escondido entre la grasa abdominal, lo que me dificultaba enormemente la visión. En esas circunstancias, cómo no, empecé a sudar y la primera, sí, tuvo que ser la primera minúscula gota de sudor, se deslizó por mi amplia frente hasta acabar en mi ojo derecho.
El escozor fue terrible e instintivamente me llevé el brazo al ojo y eso no hizo más que empeorar la situación. De repente no veía nada con ese ojo y tuve que soltar lo que tenía en las manos maldiciendo mi suerte. No me lo podía creer; otra vez tenía que parar una cirugía por culpa de una mísera gota de sudor que me entraba en los ojos. Yo creía que la lentilla se me había movido al darme con el brazo y que sólo tendría que volver a colocarla rápidamente para continuar con la operación. Frente a un pequeño espejo que me sujetaba delante mi ayudante busqué infructuosamente ese pequeño trozo de plástico que me estaba dando la mañana. No hubo suerte. Tras un par de minutos trasteando mi ojo hasta dejarlo como si hubiese estado cortando cebollas toda la mañana llegué a la conclusión de que la lentilla se me había salido.
Ahora empecé a sudar otra vez, pero con un sudor frío. Si la lentilla se me había salido, ¿dónde estaba la maldita lentilla? Inmediatamente me quité la otra lentilla y me puse las gafas que aún guardaba en la clínica para las emergencias y rebusqué en los pliegues de mi bata de quirófano y ahí no había nada; revisé los paños quirúrgicos que protegían la zona de la intervención y tampoco estaba ahí; me tiré al suelo suplicando encontrarla aunque fuese arrugada y pisoteada. Tampoco hubo suerte.
Con la moral por los suelos me dispuse a buscarla en el último sitio donde me hubiera gustado encontrarla: dentro de la barriga de la perra que estaba operando. Busqué por fuera, por dentro, por arriba y por abajo pero no hubo suerte. Tras unos minutos de búsqueda por las entrañas de la pobre perra tuve que desistir de ello y terminar la cirugía. Una vez finalizada la cirugía y tras limpiar concienzudamente la cavidad abdominal y vísceras de mi paciente, procedía al cierre de la herida y llevamos a la perra a la zona de hospitalización.
En esos momentos yo me acordaba de un caso semejante que tuve y del que ya hablé en «El caso de la pinza fantasma». El problema es que una lentilla no aparece en las radiografías y no me planteé siquiera el realizar una. Sólo me quedaba rezar y esperar a que el minúsculo objeto no diera ningún problema si se encontraba dentro de la perra.
Cuando los dueños de Lady, la perra operada vinieron a recogerla, me disponía a entregarla, dar las instrucciones pertinentes para su postoperatorio y contarles también que existía una remota posibilidad de que la lentilla estuviera dentro de su mascota. Al ir a sacarla de la jaula de hospitalización noté que Lady tenía la trufa como despellejada. Pensaba que a lo mejor al despertarse de la anestesia se había rozado con algún barrote de la jaula y se había levantado la piel y me dispuse a curarle la zona.
Cuando me dispuse a quitarle el trozo de piel levantado me quedé con él en la mano. Era un trozo de piel fino y brillante. Curiosamente también era bastante redond, tanto que se parecía a… ¡mi lentilla! No sabía si reir o llorar del mal rato que me había hecho pasar el insignificante objeto y que aparecía ahí, en la trufa de Lady. Imagino que al darme con el brazo hice la suficiente presión en el ojo como para que la lentilla saltase y llegase hasta ahí. No encuentro más explicaciones para lo ocurrido pero, en ese momento, ya todo me daba igual.
Tras haber pasado esta traumática experiencia, cuando entraba en el quirófano iba equipado con una cinta para el sudor, de esas que llevan algunos tenistas y que, aunque me daban una imagen bastante estrafalaria, impedían que se volviese a repetir tan estrafalaria situación. Pasado el tiempo, en el momento en que tuve la oportunidad, me intervine de los ojos para tratar mis problemas de visión y así pude despedirme de las gafas y de las lentillas con lo que, además de la comodidad de no tener que llevar nada, sé que no tendré que volver a rebuscar en el interior de ninguno de mis pacientes para intentar encontrar alguna de ellas.
Aprovechamos para recordaros que en la Clínica Veterinaria OLIVARES (Granada) ponemos a vuestra disposición nuestro Servicio de Urgencias 24 horas, así como el teléfono de consulta que aparece en nuestra página (tuveterinario.info), también operativo las 24 horas para que podáis solucionar todas las dudas que os surjan sobre este o cualquier otro tema relacionado con la salud y cuidados de vuestros animales.
Manuel Olivares Martín, veterinario de la Clínica Veterinaria OLIVARES (Granada) y de tuveterinario.info