Una vida de perros (V). ¿Quién dijo miedo?

P2170015Hace unos días vino a consulta Thor, un hermoso gato siamés a quien no le hace ninguna gracia eso de venir a visitarme. Thor viene todos los años a vacunarse y digo a vacunarse pues es imposible hacer nada más, ya que padece una especie de síndrome del doctor Jeckyll y Mr. Hyde. Con esto quiero decir que Thor llega a la consulta, sale de su trasportín ronroneando de placer y en cuestión de décimas de segundo se transforma en un tigre de Bengala que precisa un domador para contenerlo.

Esa mañana de hace unos días apareció Thor y yo inocentemente fui a prepararme para vacunarlo cuando Juan, su dueño, me indicó que hoy no venía por ese motivo sino porque a Thor le había salido un bulto al lado del rabo. Pasamos a la sala de consulta y Juan le abrió la puerta del transportín para que pudiese ver el problema pero Thor no estaba por la labor. Del transportín no salía el característico ronroneo afectuoso sino un poderoso gruñido que hizo que Juan y yo nos mirásemos un tanto intimidados.

Juan iba ameter la mano en el transportín para ayudar a convencer a Thor de que saliese a saludarme cuando, sin previo aviso, una zarpa cruzó el espacio de la puerta y dejó marcados tres profundos arañazos en el dorso de la mano del sorprendido Juan.

-¿Qué demonios ha sido eso?- preguntó mientras se miraba incrédulo las marcas de sangre que le recorrían la mano-.

-Parece que Thor viene hoy bastante alterado- le contesté mientras intentaba cerrar la puerta del transportín esquivando como podía los zarpazos de Thor, que llegaban como latigazos.

Conseguí al fin cerrar la puerta y enseguida dediqué mi atención a curar las heridas de la mano de Juan. Los arañazos de un gato grande, como era el caso de Thor, son finos pero profundos, además de bastante dolorosos.

-Yo no vuelvo a meter la mano ahí- me dijo Juan con deteriminación-. Mándale algo para que se lo de en casa y listo.

-Mira, ya sé lo que vamos a hacer. No nos vamos a pelear más con Thor ni vamos a exponernos a que nos deje como unos ecce homos- le dije a Juan mientras cogía el transportín y lo llevaba al quirófano-. Voy a anestesiarlo y así lo podré explorar con tranquilidad pues no es cosa de mandarle algo sin saber qué le ocurre. Espérame sentado en la sala de espera y yo te aviso cuando esté listo.

Una vez en el quirófano cogí un saco de basura, metí dentro el transportín con su gruñón inquilino y procedí a conectar el gas anestésico al interior del saco. En cuestión de unos minutos Thor había caído en brazos de Morfeo y pude sacarlo fácilmente de su refugio. Una vez en la mesa de exploración ví que tenía un absceso, probablemente debido a la mordedura de un congénere y llamé a Juan para que viese el problema. Como había que abrir y drenar el absceso y el efecto del gas anestésico empezaba a pasarse, inyecté a Thor un sedante y así pude acabar de curarlo sin mayores contratiempos. Finalizado el proceso le puse un tratamiento antibiótico y analgésico, además de un antídoto para el sedante, con lo que en cuestión de cinco minutos ya estaba Thor completamente despierto y rugiendo como león enjaulado.

Me despedí del lesionado Juan y de su querido agresor quien, nada más salir por la puerta de la clínica, tornó el atemorizante rugido por su característico ronroneo afable, volviendo a transformarse de Mr. Hyde en doctor Jeckyll en cuestión de un metro.

Cuando gato y dueño salieron por la puerta pensé que esta vez habíamos tenido suerte, tanto Juan como yo, y no como le pasó a Cristóbal, otro propietario de un gato con el síndrome del doctor Jeckyll y Mr. Hyde que tuve cuando trabajaba en Sevilla.

Era una tarde cualquiera, acabando la primavera pues era una tarde cálida y luminosa. Yo pasaba consulta en mi sala del primer piso, justo al lado de la sala de reunión, en la que teníamos unos monitores de televisión para ver todas las dependencias de la clínica. Estaba acabando de visitar un paciente cuando se escuchó un tremendo alboroto en el piso de abajo. Me disculpé ante el paciente y salí un momento para ver lo que ocurría y entré en la sala de reunión. Al mirar por el monitor de la sala de espera yo sólo veía un perro enorme ladrando mientras su propietario hacía grandes esfuerzos por dominarlo.

-¿Qué estará pasando ahi abajo?-me pregunté en voz alta intentando averiguar el motivo de tal algarabía-. La cámara sólo se orientaba hacia donde estaba el enfurecido perro y parecía que no había nadie más en la sala de espera, pero el perro debía ladrarle a algo.

Mientras me fijaba intentando ver más, se empezaron a escuchar también gritos, tanto de Encarnita, la auxiliar de la recepción, como de más personas. Por el monitor ví pasar una sombra fugaz, en dirección a la puerta de salida y que tres o cuatro personas aparecían en el campo de visión de la cámara. Inmediatamente bajé y me encontré con mi compañero Jaime Guillén acompañando a un hombre que venía cubierto de sangre y nos dirigimos a su sala de consulta.

-Pero Cristóbal, ¿qué te ha pasado?- le pregunté una vez que pasada la sorpresa inicial pude reconocerle.

-Ha sido Mico, se ha asustado cuando se le ha acercado ese perrazo enorme de la entrada y se ha puesto a ladrarle. Se me ha enganchado en el brazo y se ha puesto a morderme y arañarme sin parar- me dijo mientras hacía gestos de dolor ante la cura que le estaba haciendo Jaime.-En mi vida lo he visto ponerse así. Ya sabéis lo dócil que es, que se deja tocar por todo el mundo y no lo tengo que traer ni en transportín- continuó contando con voz atribulada.

Dejé a Jaime acabando de curar a Cristóbal y salí de la consulta. Encarnita estaba fuera y me hizo señas para que me acercase donde ella estaba y me señaló un coche que había junto a la puerta de la clínica. Cuando lo ví se me fue el color de la cara y se me erizó el vello de la nuca. El coche era el de Cristobal y tenía todos los cristales cubiertos de pequeñas huellas de gato, de un color rojo intenso, tan intenso como el que tenía Cristóbal en su ropa y brazos. Si alguien ha visto la película «la matanza de Texas» quizá pueda hacerse una idea del aspecto que mostraba el interior del coche. La sombra fugaz que ví salir de la sala de espera cuando miraba por los monitores era Cristóbal con Mico enganchado a su brazo. Lo primero que se le ocurrió cuando vió que no lo soltaba fue ir al coche y dejarlo dentro para que no se escapara mientras él entraba con Jaime a curarse.

Me acerqué al coche para ver mejor su interior y, al igual que en una película de miedo, me llevé un susto de muerte cuando el alterado Mico se arrojó gruñendo al cristal por el que yo miraba. Casi tiro a Encarnita al suelo al retroceder debido a la impresión y regresé al interior de la clínica. En ese momento salía Jaime de la consulta y le llamépara que se acercara un momento a la sala que había junto a la suya.

-Jaime, yo no pienso ver a ese gato asesino. Si no llega a estar el cristal del coche me deja como a su dueño y, la verdad, yo no estoy por la labor- le dije con toda la rotundidad que podía mostrar en ese momento.

-Vale, Manuel, ya sabemos que ni tú ni yo vamos a ver ese gato y Gonzalo, que era otro compañero, está ocupado acabando el caso que tú tenías arriba- me contestó mirándome pensativo. Ven conmigo a la consulta.

-Cristobal, las heridas que te ha hecho Mico son bastante profundas y seguramente habrá que ponerte la vacuna del tétanos y antibióticos. Creo que es mejor que vayas a urgencias y ya vacunaremos más adelante a Mico, una vez que te hayas repuesto del todo- le dijo Jaime mirándome de reojo.

-Tienes razón, creo que es mejor dejarlo para otro día pues tal y como me ha dejado yo no voy a poder ayudaros y no creo que Mico tenga muchas ganas de entrar en estos momentos. Me voy a urgencias y ya volveremos otro día, cuando me encuentre con fuerzas.

Cuando Cristóbal salía por la puerta tuve como una revelación y salí corriendo tras él gritándole- ¡Y por favor, cuando vengas trae a Mico metido en un trasportín!

Ahora que ha pasado todo comparas las reacciones de Thor y de Mico y ves que son iguales. En los gatos es muy frecuente que cuando se sienten amenazados redirijan su agresividad hacia lo que tienen más cerca, que en nuestro caso suele ser el dueño o nosotros mismos, con grave riesgo para nuestra integridad física. ¿Miedo? Quien ha visto un gato pasar de doctor Jeckyll a Mr. Hyde, cuanto menos un tanto de respeto sí que le toma al animalito en cuestión aunque, la verdad, a veces dan ganas de salir corriendo.

Manuel Olivares, veterinario de la Clínica Veterinaria Olivares y tuveterinario.info/tuveterinario

 

 

 

 

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